Sentados uno frente al otro, mirábamos la cena que papá
sirvió hacía varios minutos.
Papá: se te enfriará… come…
Yo no había hecho más que mover el guiso con el tenedor.
Yo: no tengo hambre…
Él levantó la mirada, estaba incómodo, no sé si molesto.
Papá: ¿por lo que pasó en la calle? – ríe - ¿quién era el
muchacho que te acompañaba?
Yo: nadie… - hice como si no fuera importante.
Papá: te dio un peluche… - mirando hacia la sala, donde el
regalo estaba – soy tu papá… ¿o es que no quieres contarme?
Curvé una ceja, algo estaba extraño, una sensación rara…
¿qué pasaba?
El celular de papá interrumpió aquel momento en el que iba a
preguntar si todo andaba en orden. Él se levantó de la mesa y me pidió que no
me fuera, y por favor pusiera agua a hervir para tomar un té.
Puse agua a hervir, y aguanté las ganas de irme.
Me sentía avergonzada por lo que papá pudo ver entre Bill y
yo… es mi padre, y presiento que él sabe que Bill me agrada de una manera
especial.
Los minutos pasaban, Bill había regresado a pedido de su
hermano; yo estaba recostada en la mesa, esperando a que papá regresara. El
agua casi estaba por hervir, y él aun seguía conversando por teléfono…
Yo (hablando desde la cocina): ¡papá… el agua ya está!
Lo oigo responder desde la habitación de servicio (una que
casi nunca se usa) “apágala y sirve el té, ahora voy”.
Con incomodidad, lo hice.
“Dónde diablos…”. Fui a la habitación de servicio, la puerta
estaba entre-abierta y pude escucharlo hablar con precaución. ¿Qué era tan
importante?
En ese instante, papá colgó el teléfono y se levantó del
borde de la cama donde conversaba por celular.
Inmediatamente regresé a la cocina y actué como si hubiera
estado esperándolo.
Yo: ¿todo está bien? ¿Era mamá?
Papá (bajando la mirada): todo está bien.
Sabía que las cosas entre papá y mamá no eran las mismas
desde hace un tiempo, pero esto último me estaba preocupando.
Papá: me decías… del chico con que hablabas…
Parpadeé sorprendida, pensé que lo había olvidado.
Yo: nada, no es nadie importante.
Papá: ¿segura? – asentí – bueno… - ríe – que bueno… pensé
que era tu “novio” – en tono burlesco, y ríe por un buen rato, sólo.
No pude evitar sonrojarme.
Papá: eh, te pones roja… ¿Es tu “novio”?
Qué infantil.
Papá (cambia de expresión): (tu nombre)… - habla seriamente
– dime si ese hombre era o no tu algo tuyo.
Yo: no, no, sólo es mi amigo… - alcé los hombros.
Papá: bien… espero que sigas así…
¿”Así”? ¿a qué se refería?
Yo: tengo que ir a descansar…
Papá: yo igual… - cogió la taza de té que estaba de su lado
– lava los trastos, si no vas a comer, bota la comida… o guárdala, no sé, tú ya
sabrás qué hacer… - se va.
Giré los ojos, enojada.
Llevé mi plato a la nevera, cubriéndolo con uno de esos
plásticos que hay para almacenar los alimentos. No valía la pena aguarme el día
por los comentarios sin gracia de papá. Limpié los trastos y la mesa, cogí la
taza de té y me dispuse a ir a mi habitación.
“Ahhh, cierto, el peluche de Bill”.
Fui a la sala mientras daba un sorbo a la bebida caliente.
“¿Dónde está?... se debe haber caído”. Rodeé el sofá y no vi
nada. Qué extraño, ¿lo habré olvidado en el auto?
Marché al garaje, encendí las luces y miré a través de las
lunas. No había nada…
¿habré olvidado el peluche en algún lugar? No, claro que no,
estoy convencida que entré a casa con él.
Un leve presentimiento me decía que papá tenía algo que ver
con esto.
Seguí buscando el peluche, entre tanto me acabé la taza de
té.
Yo (tocando la puerta de la habitación de servicio): papá…
Papá (desde adentro): pasa… - se aclara la garganta.
Abrí la puerta, y entonces, para mi sorpresa, lo veo echado
en la cama, con el peluche a un lado.
Padre presionó la patita del perro y la voz de Bill con “Zoom
into me” empezó a sonar por toda la habitación.
Me sentí intimidada, ¿por qué hacer eso?
Yo: Eso es mío… - mencioné indignada y me inclino,
intentando coger el peluche.
Papá: eey, un momentito… - lo jala, alejándolo de mi – ¿quién
dijo que te lo llevas?
Yo: es mío.
Papá: no, no, lo que haya dentro de esta casa, me pertenece…
así que este peluchito – mira el obsequio – es mío.
Reí, inquieta, casi burlándome de él.
Yo: ya basta, dámelo.
Papá: oow, ¿por qué? – me mira - ¿es a caso “especial” para ti?
Papá trazó una sonrisa que luego se convirtió en risa, se
burlaba de mi…
Yo: sí, es más especial que tú – pensé.
Él me miraba de pies a cabeza, con la mandíbula tensa volvió
a preguntarme “¿quién era el sujeto con el que hablabas?”.
Yo: ya te dije que es sólo un amigo.
Papá: ¡no me levantes la voz! – gritó.
No le había levantado la voz.
Papá: ¡¿qué te crees?! – se pone de pie y lanza el peluche al
piso.
Me asusté un poco y di un paso hacia atrás, un poco
temblorosa, lo miré.
Papá: ¡¿a caso ya tienes enamoradito?! ¡respóndeme! ¡a caso
ese homosexual era tu enamorado! ¡dime! ¡quisiera saber yo mismo si mi hija es
lesbiana o bisexual!
Sus palabras me dolían y hacían brotar mucha rabia, odio y
malos sentimientos desde el fondo de mi.
Yo: no tienes porqué tratarme así – expresé con unas
lágrimas en los ojos.
Papá: ¡responde lo que te he preguntado! - toma mis hombros
y me zarandea – dime! Eh!
No quería decirle nada, estaba muy molesta y dolida, no era
el mejor momento para hablar.
Papá: ¡¿ese pendejo se ha acostado contigo?! ¡¿eh?! ¡dímelo
de una puta vez! – me soltó, empujó y dio una bofetada.
El golpe fue tan fuerte que caí al piso, sin fuerzas para
levantarme. El pecho me dolía y lo único que deseaba en ese momento era
gritarle a ese hombre cuánto lo odiaba y me molestaba.
Papá: eres una vergüenza… - murmuró.
Hubiera deseado no escucharlo.
Papá: levántate de ahí… - vio que no lo hice, y él se
acercó, bruscamente me levantó – escúchame bien… no quiero que lo vuelvas a
ver! ¡¿entendiste?! – jala mi cabello – no quiero que te vuelva a tocar! No quiero
que ese sujeto se acerque a ti!...
Algo empezó a sonar. Padre buscó en mis bolsillos, yo
intentaba zafarme de él, pero con una mano me sujetaba…
Una llamada entraba a mi celular, con el contacto de “Tom”…
Papá: ¡¿Quién es este?!
Yo: un amigo del instituto – lloré, temiendo que volviera a
golpearme, con la mirada le imploraba que no me hiciera más daño.
Papá: ¿cómo se llama?
Yo: ¡Tom… Tom…!
Papá (dándome una bofetada más): ¡de dónde es!
Yo: es de… de… … de… aquí…
Papá: ¡¿qué edad tiene?
Yo (encogiéndome): dieciocho.
Papá: ¡¿en qué escuela estudiaba?!
Yo: e-e-es de… de… la escuela frente a la mía...
Intentaba calmarme, no llorar y responder a las preguntas
que padre me hacía.
Sentía que toda la sangre se me había ido a la cara, me dolía
la espalda y aun más los brazos.
Papá: ¡no te creo! - cortó la llamada y lanzó el celular a
la cama, éste rebotó y cayó al suelo.
En su mirada se reflejaba mucha ira, y me entró un pavor
inmenso al saber qué me sucedería.
Papá me lanzó a la cama y se quitó el cinturón de cuero.
Papá: esto te recordará, a no andar de coqueta…
Yo: ¡¡¡Nooo!!! ¡Noooo! ¡papá, yo no hacía nada!
¡aaaaaaaaaaahhh!
Empezó a golpearme en la espalda con la hebilla metálica del
cinturón.
Grité desesperada, tratando de cubrirme con las almohadas,
jalando las sábanas, cayendo de la cama. Pero parecía que no había más personas
en la tierra, nadie escuchó nada, nadie vio nada… En ese momento sentía un
dolor tan grande, más que él físico… sentía un dolor en el alma. Con cada
latigazo veía mi vida pasar en frente de mis ojos llorosos. Los cerré... y en mi
mente aparecieron muchas imágenes de mi vida, desde que soy pequeña, en las que
padre me golpeaba y me trataba mal.
Papá: ¡¡te quedarás aquí!! – espetó colocándose su cinturón.
Casi desmayada, me encerró en la habitación de servicio,
ésta estaba hecha un desastre, incluso la lámpara de noche se había caído al
piso… a un lado me encontraba yo.
Muchas lágrimas salían por el dolor de los golpes, pero el
dolor de saber que ese hombre era mi padre, era mucho peor.
Desperté con las pestañas mojadas, la luz de la habitación aún seguía
encendida y al primer contacto con ella mis ojos lagrimearon.
Miré alrededor, la ventana estaba abierta, por ella entraba una
brisa helada.
Sentí estar perdida, no saber qué hacer ni saber quién era… sentí haber perdido una parte de mi.
Quise gritar, pero la voz no me salía. Me ardía la garganta
de tanto haber gritado. Mis párpados pesaban. Tiritaba de frío.
Busqué mis gafas. Éstas estaban encima de la cama, no se
habían roto. Me arrastré hasta ella, y me las coloqué.
La hora del reloj de la lámpara tirada en el piso me avisaba
que era las 3 de la madrugada…
En seguida, el primero pensamiento que llegó a mi fue: tengo
que irme de aquí.
Empecé a desesperarme y a ponerme ansiosa, temí que papá
volviera y me encontrara despierta … que continúe golpeándome… no, no…
Con las rodillas temblando, me levanté arrastrando mi pie
derecho, me dolía mucho… bajé la mirada y vi que tenía una herida abierta en el
tobillo, estaba no sangraba pero se veía mal.
Cogí la cerradura de la puerta y la giré intentando no hacer
ruido, ésta no abrió… La dejé, tal vez papá está dormido y no la oyó girar. Es
el momento perfecto para escapar…
Hecha un manojo de nervios, me puse los zapatos… a un lado
estaba el celular… lo cogí.
Tal vez esta sea la última vez que entre a esta casa, espero
que así sea.
Antes de salir, cogí el peluche que me dio Bill y
abrazándolo, salté por la ventana.
La casa era sólo de una planta, pero esa ventana estaba a
una altura considerable… el pie con la herida fue el que se afectó más.
Cojeaba esperanzada. Lo primero que se me ocurrió fue ir a casa de Gigi o Karla, aunque vivían muy lejos… no importa…
Una que otra persona pasaba por mi
lado, ellas sólo me miraban con desprecio, una con compasión y otra con preocupación…
pero ninguna se acercó a ayudarme.
El celular estaba apagado, cuando lo encendí vi que la
pantalla estaba rajada sin embargo aun funcionaba.
Marqué presioné re-llamada y salieron varias opciones. Llamé
a Karla… pero ella no contestaba. Intenté dos veces más, y me desesperaba al
oír a la operadora pedirme un mensaje.
De casualidad presioné la patita del peluche y oí la voz de
Bill cantar:
Zoom into me…
Zoom into me…
I know you’re scared
When you can’t breathe
I will be there zoom into me…
“Bill…”
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